En el chozo sólo cabían echados y tenía que entrar a gatas, medio arrastrándose. Durmieron en el mismo chozo de barro, bajo los robles, aprovechando el abrazo de las raíces. Tendría cerca de cincuenta años y no hablaba casi nunca. Roque era algo retrasado y hacía unos quince años que pastoreaba para Emeterio. Lope llegó a Sagrado, y voceando encontró a Roque el Mediano. En la escuela.Įmeterio le cortó, con la mano frente a los ojos: Si tuviera medios podría sacarse partido de él. Lo malo -dijo don Lorenzo, rascándose la oreja con su uña larga y amarillenta- es que el chico vale. El «esgraciado» del Pericote no le dejó ni una tapia en que apoyarse y reventar.
Sí -dijo Emeterio, limpiándose los labios con el dorso de la mano. A la tarde, en la taberna, don Lorenzo fumó un cigarrillo junto a Emeterio, que fue a echarse una copa de anís. Antes, recogió el cayado, grueso y brillante por el uso, que guardaba, como un perro, apoyado en la pared.Ĭuando iba ya trepando por la loma de Sagrado, lo vio don Lorenzo, el maestro. Lope tenía los ojos negros y redondos, brillantes. Iréis juntos.įrancisca le metió una hogaza en el zurrón, un cuartillo de aluminio, sebo de cabra y cecina. Creo que anduviste una primavera por las lomas de Santa Áurea, con las cabras de Aurelio Bernal. Lope las engulló deprisa, con la cuchara de aluminio goteando a cada bocado. En la cocina, Francisca, la hija, había calentado patatas con pimentón. Estaba poco crecido para sus trece años y tenía la cabeza grande, rapada. Lope bajó descalzo, con los ojos pegados de legañas. Al otro día, mientras Emeterio se metía la camisa dentro del pantalón, apenas apuntando el sol en el canto de los gallos, le llamó por el hueco de la escalera, espantando a las gallinas que dormían entre los huecos: La primera noche que Lope durmió en casa de Emeterio, lo hizo debajo del granero. Luego, al chico, aunque le recogió una vez huérfano, sin herencia ni oficio, no le miró a derechas, y como él los de su casa. Emeterio Ruiz no se llevaba bien con aquel primo lejano, y a su viuda, por cumplir, la ayudó buscándole jornales extraordinarios. Su mujer, flaca y dura como un chopo, no era de buena lengua y sabía mandar. Emeterio tenía doscientas cabezas de ganado paciendo por las laderas de Sagrado, y una hija moza, bordeando los veinte, morena, robusta, riente y algo necia. Emeterio era el alcalde y tenía una casa de dos pisos asomada a la plaza del pueblo, redonda y rojiza bajo el sol de agosto. Su único pariente era un primo de su madre, llamado Emeterio Ruiz Heredia. Al quedar huérfano ya hacía lo menos tres años que no acudía a la escuela, pues tenía que buscarse el jornal de un lado para otro. A los trece años se le murió la madre, que era lo último que le quedaba. Aunque neorrealista, a veces tiene coqueteos con el modernismo y el surrealismo. Ana María Matute es considerada por muchos como la gran novelista española de la posguerra.